
Aether se despertó repentinamente de lo que le pareció un largo letargo. Su mente estaba confusa, y su cuerpo se sentía extraño. Poco a poco se incorporó de la superficie donde estaba tumbado. Justo en el momento en que su mente se aclaró, pudo ver que su cuerpo ya no era el que era. Sus extremidades, torso y cabeza habían sido sustituidas por partes mecánicas que respondían obedientemente a sus deseos. Todo su ser, llegó a la conclusión, había sido convertido en un androide.
Alrededor suyo, una serie de pilares cubiertos de cables y sistemas electrónicos dejaban progresivamente de emitir electricidad hasta el punto de acabar apagándose. Nada más levantarse Aether de la superficie metálica, un hombre entró por una puerta mostrándose ampliamente lleno de felicidad. Se acercó al androide y, tras unos momentos en los que le analizó con la mirada, de éste surgió una sonrisa de victoria.
—¡Lo he conseguido! ¡Al fin lo he conseguido!
Aether se limitó a observar el extraño comportamiento de aquel hombre. Deambulaba por la habitación hablándose a sí mismo.
—Ahora me tendrán en cuenta en la asamblea — se decía—. Al fin mis investigaciones serán escuchadas y valoradas.
El androide seguía mirándole fijamente a través de su nueva visión robótica, distinta de la humana, pero bastante similar a lo que empezaba a recordar de su vida pasada.
—Yo antes era humano —dijo en voz alta Aether mirándose a las manos. El científico detuvo sus divagaciones y se dirigió a él.
—Pues claro que antes eras humano. ¿No lo recuerdas aún? Supongo que llevará un tiempo hasta que recuerdes tu memoria.
—Era mercenario —continuó hablando Aether, esta vez mirando a la nada—. Morí luchando contra los soldados de un ejército. Se me había pagado para luchar en esa batalla, pero… morí. Recuerdo perfectamente cómo la vida se escapaba de mis manos.
—Sí, efectivamente. Y ahora, gracias a mi tecnología te he podido dar devuelta lo que más apreciabas.
—¿Lo que más apreciaba? —Aether se dirigió esta vez al científico. Su postura se enderezó y marchaba lentamente hacia donde estaba él.
—Pue… pues claro, ¿no? Es lo que más aprecia el ser humano, la vida.
—Desde pequeño me abandonaron mis padres. Me vendieron a un tratante de esclavos que me hizo trabajar la piedra durante años alimentándome lo suficiente como para poder seguir vivo y poder trabajar, siempre pasando hambre. Conseguí librarme de aquel mundo escapándome y haciéndome mercenario, creyendo que así encontraría mi lugar en el mundo. Pero no fue así. Nadie me apreciaba, nadie me respetaba. Sólo me usaban como marioneta para sus deseos a cambio de unas sucias monedas de oro.
Pequeñas gotas de sudor comenzaron a surgir en la frente del hombre, atemorizado por el acercamiento tan agresivo del androide.
—Escucha —le comenzó a decir intentando tranquilizarse mientras hablaba—. Sólo eras un sujeto de prueba. Te escogí aleatoriamente de los múltiples muertos que hubo en esa batalla.
—¿Soy acaso un muñeco con el que puedes experimentar?
—No, no, pues claro que no. Te escogimos porque moriste en una batalla que querías ganar. Quería darte una segunda oportunidad.
—¿¡Una segunda oportunidad!? ¡Escogí aquella batalla precisamente porque sabía que iba a morir en ella!
—Yo… yo…
Aether agarró al científico por el cuello y lo levantó del suelo con la fuerza propia de una máquina de matar.
—Querías devolverme la vida para seguir usándome, rata asquerosa. Eres como los demás, un ser despreciable que sólo sigue sus propios intereses. Ya me he cansado de ser siempre el arma de otra persona. A partir de ahora, seré mi propia arma y acabaré con todos los seres semejantes a ti.
Cuando Aether terminó su frase, el científico no pudo aguantar más sin oxígeno y acabó asfixiándose. Lo tiró al suelo como si fuese un trapo y se marchó de aquella sala tirando la puerta de un golpe, lleno de una infatigable ira humana dentro de un ser inmortal.