
Ateriz abrió las puertas que conducían a la sala principal de las ruinas, lugar donde se encontraba el bastón canalizador de Clemónides. Se esperó encontrar guardianes o bestias protectoras que custodiaran aquel lugar, pero al igual que le sucedió al cruzar por todas las ruinas, no se encontró a nada ni a nadie. Este hecho la sorprendió. En las sagradas escrituras de su tribu siempre mencionaban los peligros que rodeaba a todo aquel que osase entrar en aquel recinto maldito. Sin embargo, al contemplar aquel lugar, no pudo evitar sentir consternación ante el abandono de tanta belleza. La arquitectura, procedente de una antigua raza de magos que precedió a la suya, era de una calidad sorprendente. Pese a haber pasado miles de años, el lugar se veía intacto, con alguna grieta aquí y allá, pero sin tener ningún desprendimiento. La vegetación salvaje llenaba la imagen de lo que Ateriz veía, extendida fruto del abandono por tan largo tiempo.
Avanzó unos metros hasta detenerse ante una imponente escalera que daba a una especie de altar. Subió por ellos con temor reverencial, pensado en que tal vez allí se encontraría por fin lo que tanto tiempo anhelaba conseguir. Clemónides fue un gran mago que en eras pasadas luchó con todo su poder para salvar a los magos del exterminio. Lo triste de esa historia, es que para hacerlo realizó un pacto con un demonio muy poderoso que acabó engullendo su ser y acabando poco a poco con él. Salvó a los magos, pero antes de que su vida se apagara, estuvo a punto de destruir a los suyos por una locura ciega generada por el demonio. Todos los objetos mágicos que poseía el mago se destruyeron por temor a que aquel ser demoníaco emergiera de nuevo y poseyera a otra persona.
Al subir las escaleras lo vio por primera vez. El bastón de Clemónides, incrustado verticalmente en el centro de aquella elevación de piedra. Se acercó lentamente hasta él y extendió la mano hasta casi tocarlo, pero antes de poder hacerlo, alrededor suyo surgieron unas sombras que se convirtieron en humanos pertrechados de lanzas, espadas, arcos y escudos.
Flechas volaron repentinamente hacia la dirección de Ateriz, y ella las esquivó con un leve gesto de su cuerpo. Canalizó sus poderes mágicos y con ambas manos proyectó dos rayos de hielo mientras giraba sobre su eje. Algunos seres saltaron y esquivaron el rayo, mientras que otros quedaron helados al entrar en contacto con él. Ateriz cogió distancia y se impulsó en el aire con una explosión helada que realizó apuntando al suelo. Aterrizó grácilmente, y para evitar la embestida que uno de los seres hizo sobre ella, creó un escudo de hielo que detuvo el ataque, no sin ser ella arrastrada por la fuerza del ataque. Se sorprendió al ver que, lo que parecía ser un humano, tenía colmillos en vez de brazos y los dientes como una bestia. El ser no se detuvo un instante y lanzó otra embestida, haciendo que Ateriz cayera de espaldas al suelo, desprotegida ante sus enemigos. Como acto reflejo, alzó la mano y de ella canalizó un poderoso rayo mágico de hielo que impactó directamente contra el pecho del ser, haciendo que éste se congelase poco a poco.
Ateriz se alzó y rodó por el suelo esquivando otro par de flechas que procedían de la distancia. Mientras corría, de las puntas de sus dedos surgieron estalactitas de hielo que lanzó a los arqueros que la atosigaban con sus flechas. Acabó con todos ellos, pero aún quedaban dos guerreros que se interponían entre Ateriz y el bastón. Ella se limitó a crear dos lanzas de hielo que lanzó a sus adversarios, atravesándoles la cabeza mientras se acercaba con tranquilidad al bastón.
Frente a frente, notaba como el poder de aquel objeto la llamaba. «¿Sería capaz de controlar aquella magia?», se preguntó. Era poderosa, y estaba segura de que lo conseguiría. Agarró el bastón, y con un leve gesto lo extrajo del suelo. Momentos después, una voz surgió en su mente. Unos ecos que poco a poco empezaron a sustituir su consciencia.