Afenza huía por el bosque con la poca luz que le ofrecía la luna. Arrancando ramas y apartando frondosos arbustos, las sombras que la perseguían no cejaban en el empeño de darle caza y adquirir el poder que se hallaba en su interior. Se sentía agotada, no sólo por las horas de incansable persecución, sino además por el esfuerzo que le conllevaba impedir que su poder saliese de ella. Temía que pudiera destruirla en ese proceso. Aquel ser que se encontraba en su interior le era totalmente desconocido, y no sabría qué podría sucederle si conseguía liberar las cadenas que lo apresaban. Llevaba años con él, pero las últimas semanas su poder se incrementó hasta tal punto de que la vida de Afenza era una tortura continua. En ocasiones, la tensión era tan intensa que creía llegar al punto de desmayarse.

Tras lo que parecía una interminable carrera, Afenza traspasó un muro de árboles que daban paso a un claro. En él había casas aparentemente desiertas debido al mal aspecto que presentaban, la mitad de ellas estando derruidas a causa de lo que pudo ser un antiguo enfrentamiento. Siguió huyendo y se escondió detrás de una de ellas, con la intención de descansar aunque fuese tan sólo por unos minutos. Las sombras surgieron del interior del bosque en grupo, un poco indecisas en sus movimientos, supuestamente por haber perdido el rastro de la chica.

«Tal vez pueda escapar ahora, escondiéndome entre los edificios. Quién sabe cuándo tendré otra oportunidad como esta», pensó. Vigilaba a las sombras, y cuando éstas tomaron el camino de la izquierda para buscarla, ella tomó el de la derecha. Acortando la distancia de sus pasos, presionando lo más leve que podía cada uno de ellos y estando agazapada tras las paredes, logró recorrer unos cuantos metros sin que las sombras la detectaran. Sin embargo, su pecho empezó a arder con furia. Aquel ser quería salir a toda costa, como si llevara años apresado en su cuerpo.

«¿Es posible que naciera con él? ¿Que sea parte de mí y no mí enemigo?», se dijo. Debido a la presión que sentía no pudo evitar tropezarse y caer de rodillas al suelo. Pronto las sombras la escucharon y con velocidad fueron tras ella. Afenza se resistía con toda su fuerza en retener a aquel ser, pero por más que lo intentara, cada vez sentía que sus esfuerzos eran inútiles. De ella empezó a surgir por todo su cuerpo un aura dorada. La realidad comenzó a tornarse difusa en su mirada. Perdida, alzó el rostro hacia el cielo con los ojos iluminados de aquella luz dorada. Las sombras se abalanzaron contra ella nada más pudieron alcanzarla, pero antes de que pudiesen tocarla, un torbellino oscuro rodeó a la chica con tal fuerza que todo lo que la rodeaba voló lejos de su ubicación. Afenza comenzó a levitar en medio de aquella turbulencia, ajena a toda la fuerza que aquella magia estaba generando. Todas las casas medio derruidas comenzaron a desaparecer, incluso los árboles que se encontraban en la lejanía notaron la presencia de aquella fuerza y a punto estuvieron de doblegarse a su merced. Las sombras intentaron huir, pero quedaron engullidas y desaparecieron en la vorágine.

Tras unos momentos de confusión, el torbellino comenzó a disiparse, dejando ver a un árbol de proporciones majestuosas. Afenza aterrizó en tierra algo aturdida, pero sin ningún rasguño. Se miró a sí misma y comprobó que aún continuaba desprendiendo aquella aura dorada, aunque con menor intensidad. Después alzó la vista, y vio un árbol tan alto que no alcanzaba a ver la copa.

—¿Qué es esto? —dijo en voz alta, incrédula por lo que acababa de suceder.

«Soy tú», le dijo una voz en su interior. «Nosotras somos capaces de hacer esto y mucho más. No me desprecies y juntas conseguiremos todo lo que se nos antoje».