Quisara entró en la sala del tesoro con sigilo. Aunque hubiese acabado con los guardias que la vigilaban en el exterior, la cámara y sus reliquias eran tan codiciadas que cualquier cazatesoros podría haber entrado antes que ella. Caminando por la sala con la ayuda de un pequeño haz de luz que iluminaba su paso, pronto hundió sus pies en los pequeños montones de oro que se esparcían por todo el lugar. Le pareció fascinante que hubiese tal cantidad. Ninguna de las personas a las que les preguntó sobre qué tipo de objetos habría le dijo que el oro abundase en la cámara.

Al fondo vio las columnas que sujetaban toda la estructura. Al parecer la sala era redonda, aunque no alcanzaba a ver los límites con la poca luz que tenía. Lo que sí vio, de hecho, fue diversos repositorios donde estaban colocadas unas urnas hechas de materiales preciosos. Se acercó a ellas, examinándolas con detenimiento, pero no encontró lo que buscaba. La joya de Maquialis debería estar allí, de eso estaba segura, aunque no sabía exactamente cómo era. Un hechicero al que le preguntó dijo que la joya resplandecería cuando se acercase a ella. Miró a su alrededor. La sala no era excesivamente grande, pero encontrar algo tan pequeño iba a ser una ardua tarea.

Fijó la mirada en una de las columnas de la sala. Por alguna extraña razón, ésta resplandecía levemente. Entrecerró los ojos, pero no alcanzó muy bien a ver de qué se trataba. Un momento después, un martillo salió despedido de la columna hacia su dirección. Con ágiles reflejos, alzó la mano y con una señal logró crear un escudo de energía que detuvo el golpe del martillo. El objeto volvió de nuevo de donde surgió como si fuese un boomerang. Segundos después, un hombre salió tras la columna. La luz que desprendía el objeto en llamas permitió ver con claridad cómo era. De complexión recia, tenía el cabello oscuro y con una mano sostenía el martillo mientras que con la otra sujetaba un cuerno. Dejó éste último en su cinturón, chasqueó los dedos y de su mano emergió un rayo en dirección al techo, estallando y creando una especie de astro luminoso que iluminó toda la sala.

Quisara pudo ver entonces de quién se trataba. Se bajó el pañuelo que ocultaba su rostro para poder proyectar mejor su voz.

—¡Tremon! —le gritó— ¿Qué haces aquí?

—Busco el mismo objeto que andas buscando, cuñada.

Quisara maldijo con fuerza en su interior. Desde el día en que su hermana se casó con Tremon, aquel hombre no le trajo más que pesar a su vida. Era un cretino, aunque por el poder que tenía muchos lo respetaban. Decidió no mediar palabra alguna con él. Realizó unos gestos con las manos e invocó unas runas en el aire que se convirtieron en un poderoso arco y una aljaba repleta de flechas. Cargó rápidamente su arma y lanzó un disparo de energía contra Tremon. Éste lanzó el martillo en dirección a la flecha y comenzó a correr alrededor de la sala, con cierta dificultad, debido a la cantidad de oro que había en el suelo. Ella siguió lanzando una andanada de flechas sin contenerse lo más mínimo. Tuvo que parar de atacar y cambiar de ubicación, pues el martillo volaba por toda la sala eliminando las flechas que lanzaba y realizando algún que otra embestida contra Quisara cuando tenía oportunidad. Fue entonces cuando Quisara chocó contra una estantería y cayó al suelo. Su arco se desprendió de su mano y no alcanzaba a ver dónde había caído.

—¡Ja, ja, ja! ¡Patética, como siempre! —rió Tremon al ver lo ocurrido—. No saldrás con vida de este lugar, ¿me has oído?

El miedo se apoderó brevemente de Quisara. No lograba encontrar su arco, y con Tremon acercándose hacia ella, la muerte estaba asegurada. Fue entonces cuando se volvió hacia su espalda y un resplandor que provenía del suelo la cegó.

—La joya de Maquialis —susurró.

Agarró el objeto, se levantó y lo alzó por encima de la altura de su cabeza. Al momento, el brillo de la joya se intensificó e iluminó la cámara con tanta intensidad que se tragó la luz que el astro luminoso de Tremon generaba.

—¿¡Qué demonios!? —dijo Tremon mientras se tapaba los ojos con el brazo—. ¡Aaahhh, mis ojos!

Tremon cayó al suelo cegado, quedando totalmente aturdido. A Quisara no le afectó la luz, lo que le permitió agarrar el arco y salir de aquel lugar con el tesoro en sus manos. Otro día se encargaría de saldar deudas con Tremon. Ese día, en cambio, tendría que saldarlas con su acreedor, el cual aceptaría con gusto aquella reliquia.